Bella, no te acusaré de incrédulla si acabas poniendo en duda lo que hoy sin premeditación resulté diciéndote. No, no es mí intención persuadirte sobre una verdad que ya conoces y llevas contigo a todo lugar y en todo momento. No hace falta entonces ningún esfuerzo extraordinario de mi parte. Basta dejar a lo natural seguir su curso. Soy así, natural y espontáneo, jugando a ser río y barco a la vez, disfruto navegar en mi propio cause; dibujando a veces breves y apacibles espejos para hacercarle el cielo a los que no acostumbran mirar hacia lo alto. Sabrás, sin embargo, que ese susurro de paz y armonía, fue antes y será después, furia desatada. Hay de aquel que navegue contra las envestidas de la naturaleza. Todos somos así, querida amiga, contrastante y caprichosa realidad. Somos la medida de todas las cosas, afirmaba por ello un gran sabio. Llevamos en nosotros, alturas y abismos, incendios y lagos, estrellas y montañas, hojarascas y frutos, oscuridad y amaneceres ....todo, todo cabe dentro de lo que somos, basta quererlo soñar y sentir.
Para no contrariar el impulso natural que me dicta seguir escribiendo, quiero insistir en recordarte que no es mi intento persuadirte, tienes el derecho y el deber de cuestionar y dudar. La duda es el principio de la sabiduría, quién todo lo cree todo lo ignora. Se cauta, no asumas por verdad cuanto te digan. Se cauta hasta conmigo mismo, abunda a flor de piel tanta mentira. Con esta salvedad, paso a contarte lo que me propuse: hace unos instantes, traté de escribirte algo que desafortunadamente he olvidado -quizá por irrelevante-. Con el descuido y la prisa que solemos usar estos aparatos modernos, tomé mi teléfono -dizque inteligente, mérito que pongo en duda desde que escuché nombrar de igual modo a las destructivas y letales armas modernas-; recuerdo claramente que empecé escribiendo tu nombre, tan exacto e inconfundible que puedo incluso dibujarlo a ciegas. Continué escribiendo mi corto mensaje hasta llegar al punto final. Antes de darle clic a enviar, leí, siempre afectado por la prisa, y creéme, este teléfono es en verdad inteligente, casi un clarividente, supo llamarte como en verdad eres. Cada vez que puse tu nombre, lo sustituyó por otra palabra: tu verdadero nombre. Así que, ante prodigio tan grande, pulsé -esta vez lenta y curiosamente- letra a letra -como lo hago en este mismo instante- . Bella, no me quedó más remedio que devolverle a mi teléfono el mérito en duda y a tí, tu nombre verdadero: simplemente...Bella.