Miami, como toda urbe moderna, posée ventanas de transparencias casi imposibles, desde las cuales se atisba algo del futuro. Es decir, de un presente tan distante, tocando a lo prohibitivo o inaccesible para el mundo subdesarrollado.
Miami, tiene también sus terrenales avenidas cuajadas de pobreza, mugrientos tálamos de cemento salpicados de mendicidad.
De un paso a otro, una calle cualquiera se convierte en punto equidistante entre los repentinos contrastes de un ayer casi olvidado y un mañana que casi arriba. Ni el más extravagante Lamborghini perturba con sus rugidos al camión del frutero; mientras el delicado y exacto tic tac del reloj atómico, se declara incapaz de silenciar al respondón anuncio de los gallos, en madrugada plena del north west maimense.