lunes, 18 de febrero de 2019

En la mera chapa.

M. A. L. Z. 

Chapoteando sigue el Chapo,
Batiendo el raro mejunje.
Salpicando a tanto sapo
de las cloacas y las cumbres.

Desfilando los testigos,
alzan su dedo índice,
mientras entonan corridos 
de sus mejores compinches.

Chapoteando, chapoteando,
generosamente embarran
a viejos y actuales mandos
y a los de estrellas y barras.

Bate que bate la sopa 
Se recalienta el calderón.
De hinojos el chef sin ropa
se le ha deslizado el calzón.

Chorreados sobre la peña
temblando están los cachorros,
no quieren hablar ni a señas,
no les contienen el chorro.

El zorro coca-colero 
aullando desde Irapuato,
niega ser del Chapo alero.
¿Será creíble el relato?

Y en las centrales montañas 
otras manadas retiemblan.
Aflorando van sus mañas,
ya caerán en contienda.

La dignidad, nuestro destino.

Marco Aurelio Laínez Z.

Ansioso de reconocimientos y vanaglorias, el ser humano no renuncia aún al reducto clasista, a la rimbombancia protocolar ni a la escarapela de superioridad que se atrista, se suman y asumen deslumbrantes tratamientos de cortesía: su majestad, su excelencia, su eminencia, su ilustrísima, su merced, su señoría, su alteza, su santidad, su reverendísima... 
Haciendo acopio de mi real gana y de mi reverendísima rebeldía -han de haberlo notado los más ilustres gramáticos-, he violado intencionadamente las reglas, negándome a citar con mayúsculas títulos y tratamientos. 
Por las mismas avenidas del culto a la personalidad, se agregan valor a pomposas vestiduras, se envisten de autoridad a simples objetos y se crean rígidas pautas de comportamiento, orientadas siempre, a exaltar ciertas figuras y ningunear al resto, es decir, a la ignara plebe. 

Hasta que los individuos entendamos que formamos parte de un solo y complejo organismo llamado humanidad, que cada persona, sin importar su título y su jerarquía, es una simple y perecedera célula, llamada al desarrollo y la perpetuidad de nuestra especie; será entonces, cuando hermanaremos nuestros mejores esfuerzos para el beneficio de todos, las crueles imágenes de las guerras tendrán cabida únicamente en museos del terror; la luna u otros planetas desiertos, serán usados para deshacernos de la locura suicida de las armas nucleares y otras de igual poder mortífero. El hambre, la ignorancia y las barreras que erigen los irracionales fanatismos, habrán desaparecido de la faz de la tierra. De igual a igual, las únicas genuflexiones dignas serán las del voluntarioso ayudando al caído. Habremos ganado entonces, una patria planetaria y un universo como destino.