(Marco Aurelio Laínez Z. )
A una inocente mártir hondureña.
Bien sabías,
mi amada niña,
que la bestia no era un cuento.
Y te fuiste por ahí,
cantando verdades,
deshojando esperanzas,
exigiendo empapelillados derechos.
Y tras tus nimios pasos,
fueron también las cuadrúpedas huellas,
los humeantes hocicos
y el jadeo halitoso
de la bestial manada.
Tan fácil era rastrear el aroma inconfundible de tu heroísmo
y el desafío primaveral de tus sueños.
Más fácil aún,
para las noctámbulas pupilas,
perseguir entre la persistente y artificial noche,
tu vuelo de luciérnaga libertaria.
Y entre zarpazo y zarpazo,
desfalleció por un momento
tu luminoso e indestructible nombre.
A una inocente mártir hondureña.
Bien sabías,
mi amada niña,
que la bestia no era un cuento.
Y te fuiste por ahí,
cantando verdades,
deshojando esperanzas,
exigiendo empapelillados derechos.
Y tras tus nimios pasos,
fueron también las cuadrúpedas huellas,
los humeantes hocicos
y el jadeo halitoso
de la bestial manada.
Tan fácil era rastrear el aroma inconfundible de tu heroísmo
y el desafío primaveral de tus sueños.
Más fácil aún,
para las noctámbulas pupilas,
perseguir entre la persistente y artificial noche,
tu vuelo de luciérnaga libertaria.
Y entre zarpazo y zarpazo,
desfalleció por un momento
tu luminoso e indestructible nombre.