Marco Aurelio Laínez Zelaya
La encontré esta mañana, humedecida aún por el rocío, luciendo su delicado traje violeta, tan contrastante entre el verdor de la bueneza -no encuentro razón para calificar de malo lo que bien se ha hecho-.
Desconozco su nombre verdadero, nadie puede presumir de saberlo. Todo nombre no es más que un caprichoso denominativo popularizado. Y para caprichos, me basto con los míos. Siendo esto así, la llamaré Mujer Voileta, por el color de su traje y por la estrella de cinco picos -verdadero diagrama del cuerpo humano-, que exhibe en la cara interna de sus pétalos.
Contemplándola, tan hermosa pero insignificante, me atreví a preguntarle: el por qué de su existencia. ¿Por qué te esmeras -le dije-, en lucir tanto esplendor, si es tan breve tu vida y son tan ignorados e ignorantes los seres entre los que habitas? Por supuesto, no me dijo nada. Al menos eso creí inicialmente, pero acallando mi necio parloteo y afinando mis toscos sentidos, me extasié por un momento contemplando su colorida humildad; y desde su imperturbable silencio logré por fin percibir sus susurros, devolviéndome las mismas interrogantes.