martes, 9 de abril de 2013

Un Loco trata-miento.

No supe cómo aquel pasatiempo llegó a convertirse en su entretenimiento preferido. Se tan sólo, que en el momento menos pensado, aquella pequeña de tres años de edad, me involucraba de lleno en el serio juego de sus prácticas médicas. Me complacía incitar su innata creatividad dejándome manipular a su antojo como lo hacía con Cuasimodo, su inseparable muñeco de trapo. Pasaba así, a ser su bebito llorón y enfermizo, su paciente particular; y "Nele" -su hermanita mayor-, se transformaba en su compañera de profesión, su cómplice. Dentro de aquel drama hospitalario, más de alguna vez, entre ambas, me obligaron a ingerir aguas chirlas y pildoritas de aire. Aprendí sin embargo, a permanecer disimuladamente atento a sus primeros auxilios; no hacerlo, me había costado en cierta vez, una dolorosa punzada con un clavo que a manera de jeringa traía entre manos "La Pelona"

En ocasiones, la situación se volvía complicada y sus pociones inútiles. El enfermo parecía no responder a ningún "trata-miento". Era tiempo de ver a las pequeñas desplegando todo su ingenio médico: fuertes masajes sobre el área del corazón, paños de agua sobre la frente, faumentos de mentol y agua de florida, dulces palabras de reconfortamiento al oído y hasta velas y plegarias de sanación dirigidas a San Gabriel y al Sagrado Corazón de Jesús. Nada de nada rendía el resultado esperado, el enfermo, empeoraba y adquiría una preocupante rigidez. !Así no papi!, suplicaban al borde de la desesperación las doctoras. Pero eran vanos los ruegos y sacudidas que me propinaban para sacarme de aquel estado de fingida inercia. Llenas de impotencia por la imposible misión de despertar al despierto, las pequeñas no demoraban en caer en la frustración y el llanto. "Háganle cosquillas cipotas", compasiva y sonriente sugería Isis - la mayor entre los cuatro hermanos-, sin dejar de lado su tarea escolar. Para Javier, en cambio, aquello era un llamado de auxilio impostergable. La ocasión perfecta para practicar sus sueños de invencible superhéroe. Sin escatimar nada, se abalanzaba sobre mí, dando golpes, rugidos y gritos de combatiente oriental; decidido a terminar con mí estado comatoso. Era imposible quedarme por más tiempo inmóvil. No por ello la comedia tocaba a su fin, por el contrario, era cuando estallaba en un climax de alocada algarabía. Con movimientos robóticos, me erguía amenazante, y simulando mi regreso del más allá, iniciaba una bulluciosa persecución al rededor de cada rincón de la casa. En un segundo, las pequeñas pasaban drásticamente del llanto a la sorpresa, de la preocupación a la alegría y de la alegría al éxtasis trepidente. - !Corra Pelona que nos come el moustruo! - !Ay manita linda, ahí viene el mounstruo! - !Iiihá moustruo! Yo no te tengo miedo! -decía entre patadas y jaloneos de camisa Javier. -!Agarrenlo de los pies cipotas, vamos a botarlo! - intervenía por fin Isis. Nunca supe hasta cuánto podía prolongarse aquella algarabía. Casi siempre todo culminaba con la intervención de la vecina de la planta baja - una señora blanca y regordete-que se asomaba furiosa golpeando a nuestra puerta exigiéndonos dejar de brincar porque estábamos llenándole de polvo y sucio toda su casa. Sobrada razón tenía ella, entre las abundantes rendijas del piso de madera, se filtraban residuos sólidos de todo tipo: piedrecitas, granos de maíz, frijoles, arroz, botones, monedas, etc. Los insistentes y válidos reclamos de nuestra vecina, obligaron al propietario del inmueble a solucionar el problema de las rendijas y sus filtraciones, dándonos a nosotros un margen de libertad para continuar con aquellos alegres retozos.

Con su acostumbrada y disimulada persistencia, el tiempo pasó. Quedaron atrás los juegos y los "trata-mientos" médicos. Los dos hermanos mayores convertidos en adolescentes, dedicaban todo su esfuerzo en culminar sus bachilleratos, mientras que las expracticantes médicas, hacían otro tanto por sacar adelante su primaria. Todos se entregaban con disciplina y entusiasmo a sus labores estudiantiles y en consecuencia, frecuentemente los ví volver a casa con legítimo orgullo, mostrando diplomas de honor, premios y otros reconocimientos ganados a pulso y esfuerzo.

!Que feliz y recompensado me sentí también con sus pequeños triunfos! Con nuevas responsabilidades y preocupaciones en mente, un día de diciembre de 1999, en informal reunión con los cuatro pequeños, les hablaba sobre la manera de enfrentarse a la vida con éxito, valiéndose para ello de la educación superior. No vean esto -les decía-, como una simple forma de costearse la vida, sino más bien, como una manera de conocer más a fondo la vida misma, mientras desarrollan vuestras potencialidades, ayundándose ustedes mismos, sin olvidarse de los demás. A propósito-les increpé a quema ropa-, ¿Que pretenden llegar a ser? -Yo quiero ser doctora- se adelantó a responder "La Pelona". Sin dar lugar a nada más, fingiendo un ataque epiléptico me deje caer pesadamente sobre la cama en que estaba sentado,  toda la loca exultación adormecida y las aspiraciones de antaño se filtraron por nuestras propias e incurables rendijas; y el bullicio alegre del ayer, ésta vez, libre de temores y sensuras reconquistó sus espacios, convirtiendo a la vieja casona, en una verdadera clínica loca.