sábado, 8 de agosto de 2015

Juegos de la vida

(Marco Aurelio Laínez Z.)

Que el inquieto grupo de impúberes dejara de lado el bullicioso retozo en la irresistible posa, para dedicarse simplemente conversar; habla claro y alto de la magnética empatía que aquel hombre despertaba en ellos.  Sentados en el lado sombreado del alto muro de la represa, friolentos pero sonrientes, mientras escurrían el agua de sus cuerpos semi desnudos, abrían las compuertas de la mente para dejarse empapar de la alegría inspiradora que bullía entre aquel círculo de amigos.

Volvamos entonces- dijo Marino-, a lo que estábamos diciendo sobre el juego de Carreras de cintas. Vos, por ejemplo, Beto, como caballero participante, ¿qué es lo que buscas en dicho juego?
-Pues claro -respondió con seguridad Beto- que sacar bastantes argollitas.
 ! Ajá - intervino sonriente, Marino- con que te gustan mucho las argollitas, verda picarón!  Con risas espontáneas los cuatro adolescentes se dieron por sobre entendidos. Y vos, Che-maje -retomó Marino su ronda de preguntas dirigiéndose a Chema -, ¿qué buscarías participando en una carrera de cintas?
- Bueno -respondió el interrogado-, lo mismo que dice Beto: acaparar aunque sea una argollita.
- ! Ay hombre! Como que voy a tener que darles una zarandeada para que se espabilen un poco. No, nada de eso -continuó diciendo Marino-, que con las marimbeadas que les recetan sus tatas tienen hasta de sobra. Al contrario, voy a darles una ayudadita. Lo que se pretende al participar en el juego, no es sacar y sacar la argollitas que cuelgan de la cuerda. No. Las argollas o cintas que sacan los caballeros son sólo una forma, un medio para llegar a lo que se quiere: conseguir por lo menos una muchacha con quien bailar durante la fiesta de coronación. Tampoco es que las argollas no sean importantes, claro que lo son, sin ellas se pierde ese toque de misterio e incertidumbre que da el no saber con cual de las damitas haremos pareja. También, por medio de las argollas las damitas están diciéndole a los caballeros: quien me quiera como pareja, que busque mi nombre, está allí, en una de las cintas que cuelgan del lazo.
De este simple juego trataremos de sacar hoy mismo, una enorme lección para nuestras vidas, dijo, dejando con sus últimas palabras apuntalado el interés de sus cuatro oyentes. Luego, tomando entre sus manos el calzoncillo de manta, intentó deslizarlo ascendentemente entre sus piernas. Las risas del grupo no se hicieron esperar. El, sintiéndose aludido, abortó el impulso diciendo: ! Ah carajo, tan concentrado estoy en el tema, que me estaba poniendo el calzoncillo con la caca para afuera.

Nadie como Marino era capaz de mantener vivo por largo tiempo el interés de jóvenes y viejos. Sus reflexiones mezcladas con fino humor y geniales improvisaciones, hacía de su compañía un deleite. Hasta los más inquietos jóvenes se esmeraban en guardar su compostura para no perderse sus ocurrentes exposiciones. En actitud de admiración y respeto, continuaron escuchándolo: la vida, muchachos, es como un juego de carrera de cintas. Por todos lados encontraran cuerdas esperando a que cuelguen en ellas sus nombres. O para que busquemos el nombre de las personas con las que habremos de relacionarnos. Si nos interesa darnos a conocer en algo, busquemos la cuerda apropiada y colguemos en ella una cinta con nuestro nombre. Pero la vida es un juego tan diverso, que mal haríamos con limitar nuestra participación a una sola categoría. Por cada una de nuestras aspiraciones y deseos, hay una cuerda esperándonos: para emprender un negocio, para conseguir amigos afines, para encontrar la media naranja o la naranja y media, para todo, hay siempre una oportunidad. Participar es la clave: salir del anonimato, mostrarse, dejarse ver, dar a conocer las cualidades sin temor a cometer errores, porque los errores son los mejores maestros para los que buscan la verdad.

Por un momento, en los oídos de los jóvenes no hubo espacio de resonancia para nada más que no fuesen aquellas frases finales expresadas por Marino. Ni el parloteo de las urracas y el seco martillar de los pájaros carpinteros, ni siquiera el ronco estruendo de la cascada parecían existir durante aquella brevedad.







viernes, 7 de agosto de 2015

Chico Javi Paz Laínez

!Eras tan chico, tan chico cuando te conocí, y sigues aún siendo CHICO!  Si, eras un pequeño cuando compartí un año de mi adolecencia viviendo con ustedes, los Paz Laínez.

El viaje de ida fue toda una aventura. Después de dormir en Tegucigalpa, Pancho, tu padre y tocayo, junto a Moisés, mi hermano, abrigados hasta las orejas, madrugaron a buscarle ventas a las sandías que atiborraban al camioncito doble cabina con carrocería de madera y lona con el que Pancho se abría paso en los caminos de la vida empresarial. Feliz y realizado se veía conduciendo aquella poderosa máquina, que a decir verdad, era una bestia fiel e incondicional  que aceptaba cargas hasta en el último de sus recovecos.  Rutinariamente, Pancho y Moisés -su ayudante-, transportaban pasajeros que recogían en la polvorienta ruta: Las Crucitas-Danlí; eventualmente, surgían aquellos maratónicos viajes de comercio desde Jamastrán hasta el sur, dicho exactamente asi: sur, con  esa globalizante hermandad muy propia de nosotros los sureños, hermandad que algunos confunden con regionalismo.  Salían de El Avillal -lugar de residencia-, en plena madrugada, repleto el camión, hasta lá segunda cabina, con sacos de maíz y frijoles rojos. Después de recorrer las extensa y cultivada planicie del valle de Jamastrán, iniciaban un lento y tedioso ascenso rumbo a Tegucigalpa. El primer desafío era la temible cuesta de las tres eses, llamada así, por su zigzaguente forma. Danlí, era una parada obligatoria, se surtían de gasolina, aceite y agua, se revisaban llantas, niveles de aceite y agua antes de emprender el mayor de los retos del viaje, como lo era el de ascender hasta Tegucigalpa. Era un trayecto lleno de peligros y zozobras: el flujo vehicular, principalmente de índole pesado, aumentaba en gran medida; la estrecha carretera de tierra, con escasas señales de tránsito y abundancia de baches, traicioneros derrumbes y atemorizantes abismos, no daba oportunidad a relajamientos. ¿Cuántos apremios habrán ellos afrontados en éste desafiante traginar?  En lo que a mi cuenta, no puedo olvidar la terrible experiencia vivida en mi primer viaje hacia El Paraíso, cuando en una de las más empinadas cuestas que hay a medio trayecto, vimos descender descontroladamente a un enorme camión maderero, que vencido por la perpendicular pendiente, retrocedía rumbo a nosotros; afortunadamente, con sagacidad y buen temple,  Pacho logró esquivar el mortal encontronazo; Moisés, entre tanto, en devoto gesto, dio gracias a lo alto, besando el crucifijo que mi madre le colgara días antes en su musculoso pecho.

 A paso lento, con la tensión al tope y esporádicos descansos, después de un ininterrumpido baño de polvo y humo de cinco horas, llegaban a su destino intermedio. Al cabo de unas horas, el cargamento de maíz y frijoles desaparecía y era reemplazado por  hortalizas, bananos, plátanos y naranjas para ser comercializados en el sur. Retornar al terruño natal montados en aquel potro de hierro,  era lo más gratificante de todo. Niños, hombres y mujeres se aglomeraban en torno a ellos. No habían abrazos, choques de manos y saludos más sinceros y valiosos que aquellos.

Días después, reconfortados por el cariño de su gente y jaloneados por lá nostalgia de la partida, reemprendían el camino. Las más sabrosas sandías y melones del mundo iban con ellos rumbo a la capital. Un tercer miembro de adolecente porte se había unido al dúo. Era el  mismo que cuidaría de tus primeros pasos, caminaría diariamente hasta la hacienda de don Dago para acarrear la leche de vaca negra que tu ingerías; el mismo que también se exasperaba al verte luchar contra el sueño mientras él te mecía en la hamaca, el mismo que ha seguido tu trayectoria y que también te admira y quiere; el mismo que te desea hoy y siempre, muchas bendiciones, triunfos y alegrías en tu vida de CHICO con grandes aspiraciones.