Mi padre.

M. A. L. Z.

No recuerdo haber escuchado una sola carcajada de su boca. Le bastaba una cascada de sonrisas para desahogar dosificadamente sus mejores alegrías. Así era mi padre, dueño de una ternura que solo se turbada al menor presentimiento de injusticias.

Y el verbo nos convirtió en dioses.

M. A. L. Z.

En toda palabra asoma el lado más misterioso del multiuniverso que de manera fractal nos habita.
Cada palabra al momento de su pronunciación o de su escrita es sólo un intento, un gameto verbal en busca de su mitad complementaria, sea este oyente o lector, y no cualquiera con capacidad auditiva o alfabética, sino alguien de su misma lengua y rango cognitivo, capaz de descifrar la propuesta significante. Cumplido este acople, ocurre entonces el parto de la juguetona criatura que llena de aromas, colores, sonidos, formas y movimiento,  va y viene de un mundo a otro, con vida propia