domingo, 15 de abril de 2018

Bendita ignorancia.



(M. A. L. Z.)
Reconozco mi ignorancia, y saberlo, me da tranquilidad y me libra de vácuas presunciones y disgustos innecesarios.

Si a cada paso descubro un laberinto indescifrable ¿qué razón habría para alardear de sabio o enemistarme con quien me llame ignorante?
Conciente soy de llevar en mí, la matemática, la lógica, el lenguaje,  la reflexión profunda, la percepción sensitiva e intuitiva. Estamos hablando de cosas mayores,  portentosos milagros.  Con éstas y otras facultades que llevo, o más bien que me llevan, viajo por la vida y por la muerte, su inseparable mellizo. No me pregunten por qué y para
qué.
Soy todo eso y más. Pero siéndolo todo no soy nada. Soy vida y puedo darla, pero no crearla.
No puedo aspirar a conocerlo todo. Satisfecho estoy manteniéndome ocupado, husmeando un poco de lo poco verdaderamente interesante.
Dejo, pues, evidenciado mi bagaje de ignorante y mi renuncia irrevocable a todo círculo o certificado que procure o afirme lo contrario.