sábado, 20 de febrero de 2016

Caridad, una parte de mis raíces.

En Caridad, primaveral rincón del sur de Honduras, radicáronse hace más de dos centurias, parte de mis ancestros: los Maldonados, llegados desde Guatemala.

Tomando como base un registro poblacional levantado el año 1801, podemos sin temor a error, ligar a los Maldonado con la fundación misma de dicha comunidad, púes, figuran en el  censo en mención, como propietarios de la que entonces era conocida como Hacienda La Caridad, perteneciente a la tenencia de Nacaóme. No obstante, por las variaciones ocurridas a través de la historia nacional con respecto a la división política territorial, Caridad aparece en 1825, integrada al departamento de Comayagua; en 1869, como parte del departamento de La Paz; y desde 1893, como municipio del departamento de Valle.

Un miembro de aquella prolífica familia -Gerardo Maldonado-, abogado de profesión, político y hacendado; amplió  sus dominios a principios del siglo pasado, un poco más hacia las costas del golfo de Fonseca, en donde adquirió una extensa hacienda ganadera denominada, El Granadino. Tras sus pasos, movida por razones estrictamente económicas, fue también su prima hermana -Marta Maldonado-, madre de tres vástagos : Antonio (el mayor entre ellos, quien llegaría también a ser mi abuelo materno), Hipólito y Leonidas.

El abogado Maldonado, que en la década de 1930 fuera diputado al Congreso Nacional, por el partido Liberal, gozaba de una holgada posición económica y se complacía auxiliando de variadas formas, a cuanto familiar y amigo podía. Uno de sus sobrinos, que aceptó agradecido el apoyo que le ofreciera, y convivió temporalmente en su casa de Tegucigalpa, llegó con el tiempo a ganar por mérito propio, un lugar preferente en la historia del arte hondureño. Me estoy refiriendo, al pintor José Antonio Velásquez, que en su momento, fue considerado uno de los mejores pintores primitivista del mundo.

Conociendo los apuros que como madre soltera enfrentaba Marta, valientemente, el abogado Gerardo, ofreciole su apoyo incondicional para llevarse con él, a vivir a la capital, a los dos críos menores, para procurarles, toda la educación necesaria en su desarrollo como seres humanos.

Largo y duro fue el batallar de Marta ante tan magnánimo ofrecimiento.  Antonio, como hijo mayor, no podía excluirse de aquella encrucijada a resolver. Fue él con su amor fraternal, que inclinó finalmente la negativa de Marta al desgarramiento de su familia.

Nadie puede saber por que imprevistos rumbos pudieron derivarse los pasos de Marta y sus descendientes, de haber aceptado el apoyo que gustoso les ofreciera su pariente, abogado Gerardo Maldonado. Lo único que con certeza podemos afirmar, hoy, es que siguiendo aquellos su propio rumbo, hicieron de la aldea minera de El Tránsito, su nuevo e irrenunciable nido familiar, y cumpliendo a cabalidad la promesa que con un abrazo circular se hicieron entonces, permanecieron por siempre juntos, y a su manera, muy felices.