M. A. L. Z.
Uno de los fenómenos naturales más extraordinarios que pone a Honduras en el contexto mundial, es la famosa Lluvia de peces, que acontece cada año en el departamento de Yoro. A pesar de tantos estudios realizados no existe aún una explicación científica irrebatible al respecto. Los habitantes de dicha región, menos inquisidores y más agradecidos con el cielo, prefieren conformarse con su fe religiosa y atribuirle al hecho un origen divino, un milagro del que son beneficiarios por intermediación de un misionero católico, de origen español que dedicó su vida a defender y evangelizar a los indígenas de Yoro.
En el otro extremo del país, en la costa pacífica hondureña, desde tiempos inmemoriales, acontece de manera puntual, cada año, otro fenómeno menos raro, pero igual o más benefactor que la Lluvia de peces. Nos referimos al baile de los canechos, tal como se conocen acá a los cangrejos rojos.
A mediados del año y de la temporada lluviosa, salen los canechos, por millares, abandonando por un par de días sus cuevas, construidas a lo largo de los manglares y humedales del golfo de Fonseca. Los playones y hasta los árboles se visten entonces, del rojo encendido de los cangrejos.🦀
Ante tan esperado espectáculo, se corre la voz entre los lugareños: !Están bailando los canechos¡ se escucha de lado a lado, y sin demora, acuden a la cita, niños y adultos a recoger por sacos la apetecible bendición salida de los bordes del mar pacífico.
No hay otra ocasión más fácil y rápida para cazar cangrejos que cuando disfrutan de su baile anual. Hasta el más inexperto cazador puede llenar su morral, tomando sin mayor riesgo ni dificultad, las parejas de canechos que abrazados se mueven en la playa y en los árboles, y no para bailar, sino, para copular verticalmente, posición en que el macho deposita en el abdomen de la hembra, la sustancia seminal, asegurando así, el próximo baile de los canechos.
Cumplida su misión reproductora, vuelven los rojos crustáceos a lo profundo de la ñanga, a buscar alimento, a reponer sus energías y a buscar refugio en los hoyos, los que van haciendo cada vez más profundos, a medida que se aleja la temporada de lluvia. De tales túneles, sólo podrán sacarlos los más expertos canecheros, auxiliados de alguna herramienta de excavación, y embadurnados de pies a cabeza con una gruesa capa de lodo para protegerse de las picaduras de los molestos jejenes.