(Marco A. Laínez Z.)
LA DULCE VENGADORA
(Marco A. Laínez Z.)
Tras el portentoso disparo lanzado al aire, el silencio se apoderó del salón, dejando a la bullanguera multitud, suspendida en una brevedad interminable.
El seco ruido de tus tacones telegrafió, inconfundible y claramente una temible advertencia, más parecida a una sentencia de muerte.
¿Qué sentimientos perturbaron la dulzura de tu semblante? Y ¿quién entre todos los ahí reunidos sería el depositario de la implacable venganza que rezumabas tan copiosa y evidente?
Tu anhelante búsqueda cesó repentinamente, y la marca infalible de tu mira telescópica, se posó cetera en el entrecejo del desventurado blanco de tus iras. Como minúscula marioneta atada a un hilo invisible a tu índice derecho, levantose aquel, y obedeciendo tus instrucciones, avanzó hasta ti.
A unos cuantos pasos de tu presencia, sin decir palabra alguna, más resignado que dispuesto, desabotonó su pecho en espera del inexplicable y fatal castigo.
Después de un prolongado cruce de miradas, sin perder la compostura de guerrera ni dejar de apuntarle, te le aproximastes dos pasos. Y en un relampagueante accionar, bajo el estupor de los mudos testigos, lo acribillaste a besos. .