Llueve copiosamente, para nuestra fortuna, no a cántaros ni a congeladas pedradas -¿quién soportar podría una agresión de este tipo?-, de darse algo así, se alteraría catastròficamente el sabio ordenamiento del sistema que preserva la vida del planeta.
Llueve con ternura despiadada, gota a gota, cariñosa y compasivamente.
La señora lluvia, llegó sin anunciarse, sin el fulgor intermitente de su mirada, sin el estruendo imponente de su voz, sin enmascarar, siquiera, la plenitud del horizonte. A medio sol, a media sombra, cayó pausada y repentina sobre las sedientas superficies; y con sus redondos e infinitos dedos, dejó escuchar sobre los tejados la sinfónica tristeza de su canto