domingo, 7 de septiembre de 2014

Los besos del agua.

Llueve copiosamente, para nuestra fortuna, no a cántaros ni a congeladas pedradas -¿quién soportar podría una agresión de este tipo?-, de darse algo así, se alteraría catastròficamente el sabio ordenamiento del sistema que preserva la vida del planeta.

Llueve con ternura despiadada, gota a gota, cariñosa y compasivamente.

La señora lluvia, llegó sin anunciarse, sin el fulgor intermitente de su mirada, sin el estruendo imponente de su voz, sin enmascarar, siquiera, la plenitud del horizonte. A medio sol,  a media sombra, cayó pausada y repentina sobre las sedientas superficies; y con sus redondos e infinitos dedos, dejó escuchar sobre los tejados la sinfónica tristeza de su canto