miércoles, 10 de febrero de 2016

Los firmes cimientos de una buena familia.



Conforme a nuestros gustos y posibilidades, podemos cambiarle a un edificio sus colores,  su ornamentación, la calidad y cantidad de luces, reestructurar por completo o parcialmente su fachada o sus divisiones internas, todo, o casi todo en lo que respecta a su apariencia externa puede ser modificado mientras preservemos sus sólidos cimientos y las columnas que lo sustentan.  Sería absurdo y a lo mejor imposible, trata de conservar su fachada y toda su apariencia mientras tratamos de reemplazar las bases que lo soportan. Peor locura sería, iniciar la construcción de las paredes antes que la cimentación.  Desde el más experto hasta el más novato constructor evitaría caer en este ridículo cuando de construir una casa se trata. Desafortunadamente, esta sabia medida es muchas veces ignorada cuando intentamos formar un hogar.  Sin claridad de propósitos, sin un plan preconcebido, guiados tan solo por el instinto reproductivo, nos lanzamos a la aventurada tarea de cosechar los frutos sin verificar primero la solidez de nuestro tronco y la fortaleza de nuestras raíces. La mayoría de estos impensados proyectos, terminan consecuentemente en fracasos, y en su colapso, la peor de las arremetidas, las sufren los inocentes críos.

Es tiempo entonces, de darle un vistazo a los fundamentos que soportan una familia exitosa.

En la parte más profunda de esta base, subyace una fuerte amalgama de fe, comprensión, respeto y seguridad. La fe en nosotros mismos nos llena de optimismo, la fe en nuestra pareja y el resto de la familia impermeabiliza el hogar contra las dudas, los celos y la desconfianza. Con la fuerza cinérgica de la fe, aumenta la comprensión y la seguridad del grupo. Comprendemos, que la debilidad de uno puede ser subsanada con la fortaleza del otro, comprendemos, que más que imperfecciones, poseemos características diferenciadas y complementarias. Esa comprensión, nos llena de tolerancia y nos compromete a tratar con respeto y equidad a los demás, sin usurparles ni permitir que se nos usurpe el derecho a nuestra libre determinación y al disfrute pleno de nuestros derechos como seres humanos.

En la segunda hilera del cimiento, agregamos solidaridad, comunicación y apoyo.

La solidaridad verdadera trasciende el sentimentalismo, se concreta en hechos y acciones. El dolor y las necesidades de cualquier miembro del grupo, genera en los demás, una respuesta oportuna y concreta. Se convierte en apoyo de ida y vuelta. Imbuidos de solidaridad, el auxilio al necesitado se convierte en un deber más allá de la acción calculada y fría.

La buena comunicación, surge acá, libre del chismorreo y del egoísmo. Sirve como un medio para transmitir valores positivos y generar un ambiente propicio para que germine la verdad. Nadie tendrá temor a opinar, confiando en que su palabra, aunque no exenta de errores, estará siempre reluciente de sinceridad.

El amor, la integridad y la lealtad, son la capa superior de la fundación, parte indispensable del columnaje que mantiene en pie a la familia, contra las embestidas de la adversidad. El amor proyectado en todo su esplendor, no requiere tanto maquillaje superfluo. Posee brillo propio, pero sin embargo, es preferible darle voz, color, forma y sabor; porque es el fruto que siempre estará en la cúspide de su madurez para el deleite de los que amamos, como a nosotros mismos. Será siempre íntegro y leal.